Dar a luz en marzo. O quizás antes. Es lo que busca el presidente Alberto Fernández y, por ende, su ministro, Martín Guzmán. Volver a parir una economía con otras posibilidades. En lo posible, mejores. Esta vez, con algunos interrogantes menos y con la pandemia en el espejo retrovisor. Más allá de lo sanitario, existe un objetivo que el Gobierno se ha fijado: con la reactivación en marcha, será necesario amortiguar el calendario de pagos que se había acordado con el FMI.

La llegada de la misión este martes abre el juego: el primero en mover fue Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, que dijo que “no hay espacio para ajustes”.
Lo que se busca es complejo. Que el FMI entienda, más allá de su célebre desmemoria, que es responsable del desastre. En el lenguaje de los argentinos, “a sus plantas rendido un león”, que más allá de ser una novela del escritor argentino Osvaldo Soriano, es también un verso (de la versión antigua) del Himno Nacional Argentino, donde se hace referencia a España, rendida ante las luchas independentistas.
Por un lado, un acuerdo exitoso podría consolidar el retroceso del dólarblue, liqui y MEP y quitarle algo de presión a las reservas del BCRA. Hasta ahora, el método elegido fue intervenir en el “liqui” vendiendo bonos cuando queda media hora para el cierre del mercado. La secuencia ya ha sido aprendida por los brokers, que esperan esos 30 minutos para comprar más barato.
Por otro, hay que tener en cuenta que en el Palacio de Hacienda, seguramente están esperando un nuevo desembolso del FMI que sirva para comenzar a pagarle al FMI. El Fondo no puede refinanciar las deudas, sólo puede prestar dinero. La fórmula elegida será probablemente nuevos recursos para ir pagando las deudas que el propio Fondo debe cobrar y otros recursos adicionales para aplicar a la obra pública y así “liberar” parte del presupuesto para engordar los repagos al organismo. Un pase de manos.
Una cuestión central es que el Gobierno deberá negociar con el FMI y luego querrá llevar el acuerdo al Congreso para darle legitimidad política. Es decir, que todo será negociado previamente y el Palacio Legislativo actuará como sello de calidad, sobre todo, hacia adentro de la coalición, para que no haya pases de factura por el camino elegido. Esta secuencia está pensada así porque implica necesariamente aceptar que habrá menos subsidios (por ende, suba de tarifas) y que implicará restricciones adicionales en un año electoral, es decir que también tendrá un costo político, por anticipado. Si se le presta atención, el ministro Guzmán viene comunicándose en un lenguaje distinto al de otros referentes del Gobierno. Es un dialecto que solventa su ingeniería en una especie de “tierra media”, entre los agudos estertores del mundo ortodoxo y las empinadas pendientes del heterodoxo.
La batalla de fondo, sin embargo, es la que viene ahora. El FMI pedirá una política de acumulación de reservas (lo que para el FMI antes implicaba acelerar la devaluación), pero eso podría implicar grandes sacrificios adicionales. La estrategia del Gobierno es la inversa: que el FMI entienda que el error ya lo cometieron ellos y que, aquí y ahora, deben hacer un mea culpa que se traduzca en mayores márgenes de maniobra para la Casa Rosada. Ayuda a esta situación lo sucedido en los últimos dos años y medio. El recorrido de la deuda registrado en el gobierno del ex presidente Macri deja muchas certezas.
Por ejemplo, que poco o nada de los dólares del FMI fue a parar a las reservas del BCRA. A partir de 2018, la formación de activos externos se intensificó, lo cual se vio reflejado en una tendencia a la baja de las reservas internacionales. Es cierto que cada vez que el FMI hacía su desembolso para la Argentina, eso contribuía transitoriamente a fortalecerlas. Pero el efecto fue efímero y la caída de reservas continuó hasta ubicarse en los niveles previos al desembolso. En rigor, el último tuvo lugar en julio de 2019, dejando las reservas en u$s 68.732 millones, para que luego de las PASO y con la caída de depósitos se cierre el año con un total de u$s 44.781 M.
Dando un paso atrás para ver mejor, lo que queda es esto: el déficit de formación de activos externos fue constante entre fines de 2015 y fines de 2019, con la única rareza de diciembre de 2026, con la repatriación de fondos del exterior para la cancelación de deudas impositivas o “blanqueo”. Es decir que tanto el neto de las operaciones de dólar billete (operaciones para atesoramiento realizadas por individuos empresas, que pueden mantenerse o no dentro del sistema financiero), como las operaciones de divisas (inversiones de residentes en el exterior, es decir, depósitos en pesos que se cambian a dólares y se transfieren a cuentas en el exterior) terminaron arrojando una erosión de los dólares que prestó el FMI y que debía supervisar el organismo para que eso supuestamente no ocurriese.
Ahora bien. Suponiendo el caso que el FMI reconozca su baja intensidad de control en años previos, Guzmán aprovechará esa situación para que el organismo acompañe su “programa de estabilización macroeconómica plurianual”, un sendero que debería reemplazar la papeleta con la que viajará hoy el FMI. En ese programa, el Gobierno quiere mostrarle al Fondo cómo se irán ordenando las variables monetarias, cambiarias y fiscales. Al margen de bajar subsidios, seguramente habrá suba de impuestos y ralentizar el ajuste de las jubilaciones. Se verá.